Que te quedes sin estar es la peor manera de marcharte.
Una despedida improvisada, a contratiempo. Como cuando intentas bailar pero te tropiezas con tus propios pies.
Y entonces lo notas, te aprieto tanto contra mi pecho que incluso podrías convertirte en mi coraza, viajando hasta mi garganta sin dejarme hablar, ni siquiera respirar.
Llega a los ojos en cuestión de segundos, levanto la mirada, tragas saliva y sigo demostrando mi entereza mientras me quedo en mitad de la calle con una maleta llena de besos que hoy no sabemos si han ido a parar a la cabeza para calmarnos o a la boca para callarnos.
Entonces andas pensando lo que viene, despacio; como si fuera la primera vez que no miras atrás.
Desfigurado.